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La injusticia del mundo y del Planeta: La última tumba de Alexis Ravelo

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La última tumba de Alexis Ravelo en La Panificadora de Vigo (Galicia)

Hay libros que intuyo que prefiero no acabar porque estoy segura de que me darán ganas de emprenderla a golpes contra las injusticias. Con el último del escritor canario Alexis Ravelo me ha pasado y es que La última tumba es la venganza de un pringado contra la jerarquía que nos domina a todos: la de políticos, policías y empresarios corruptos.

La última tumba ha recibido el premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2013. Está escrita en primera persona y tengo que admitir que las 60 primeras páginas me costaron porque el tío que cuenta la historia es duro de roer. Sin embargo, un poco más allá, me cautivó, tanto que empecé a sentir como él.

“A los gilipollas y a los yonkis siempre los trincan. Y yo era el más gilipollas de los yonkis”.

Y así fue como llegó al talego Adrián Miranda para cumplir por un crimen que no había cometido. Se tuvo que “comer” 20 años  y muchas peleas y cicatrices hasta volver a poder pasear por su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que el autor describe con la misma inquina que describió el mísero Madrid el propio Galdós.

“…en el lado del Muelle, también han puesto un centro comercial (hay centros comerciales por todos lados: rodean la ciudad como los leones a una cebra enferma)”.

En La última tumba, la comida es metáfora. Los años de cárcel y el deseo de venganza se “comen”. Los maridos cuernudos tienen cara de “acelga”, las relaciones sociales son “tan sabrosas como una hoja de lechuga”  y la vuelta a una vieja amistad comienza con sabor a tocinitos de cielo y milhojas francesas para acabar con un guiso de carne con papas desparramado por el piso de la cocina.

Como siempre en Ravelo, me encanta encontrar los guiños a lo más canario, como a las tienditas de “aceite y vinagre” (en Asturias se conocen como chigres y son aquellas en las que se vende de todo) y a los enyesques, los aperitivos o tapas como se dice en la España peninsular. Y también a lo que nos rodea en Canarias donde los hoteles son casi parte de nuestra vida, bien por ser parte del paisaje, por trabajar en ellos o por ser un sueño de huida de la cotidianidad. No obstante, a veces tampoco son el paraíso soñado ni para foráneos ni para locales:

“Me desperté sobre las diez. En el hotel ya se había acabado el turno del desayuno. Mejor. El bufé me recordaba al comedor del talego. Es curioso que esta gente pague para que la traten como a los reclusos”.

El protagonista, pese a ser un tío que se aleja del preciosismo de la comida moderna que “se sirve en platos cuadrados” y de que cuando está en  soledad el disfrute es prepararse “una buena tortilla de papas”, en un momento de la novela se deja seducir por los fogones y prepara un pollo al curry con arroz a su vecina Candi. Ella y la novela de Galdós, Misericordia, son las dos únicas cosas que de verdad traspasan el corazón de este ex-presidiario que  busca la venganza más difícil, la de los pobres frente a los ricos y poderosos. Y así acaba la novela con ganas de emprenderla contra todas las injusticias del mundo y del Planeta.

¡Enhorabuena, canarión!



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